Archivo de anagramas y/o palimpsestos

Receta para hacer soledades: Soledades de Antonio Machado

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags , , , , , , , , , on 2 diciembre, 2011 by Claudia Gilman

Duelistas

Y ahora no es Francisco de Quevedo aunque seguramente debe haber algún enemigo.  De las primeras notas que integrarían los primeros tres libros que Borges decidió no volver a publicar pero que incluyó entonces de sus desperdigadas fuentes (revistas, diarios, esas hilachas que precedían a los libros antes de los libros masivos), queda una interesante reflexión sobre el odio literario: Quevedo y Góngora siempre son mencionados pero en esta ocasión, Borges reflexiona sobre la constante e impiadosa rivalidad entre literatos tomando como ejemplo a Ramón Gómez de la Serna y Rafael Cansinos Assens.  En ese marco donde Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha (los tres incluso miembros del mismo partido político) fogonean recíprocos destratos y las acusaciones de plagio están a la orden del día (Huidobro versus Reverdy, Borges versus Macedonio y a nadie se le ahorra el trago amargo de una denuncia más o menos fundada) tomarse en serio la polémica Florida y Boedo es una ingenuidad. Las habas que se cuecen no están en el horno del nitrógeno ni del helio, allí donde el historiador y el crítico busca revolverlas. Entre Apóstoles y Maestros de la juventud, los letrados que todavía están más cerca de las luchas políticas y las culturas ecuestres se baten a duelo o derechamente reciben un par de disparos por un quítame esas pajas.  Santos Chocano disparó su furia contra Edwin Elmore y Mariátegui se preguntaba con gran tino si realmente existía un pensamiento hispanoamericano y llamaba, con mejor tino, a desinflar la castellanísima retórica de elogios y denuestos para pasar a tareas más constructivas que perorar a bien quién habla más alto.

Ahora, las Soledades de Machado…

Ni Ariel ni Calibán…

Posted in Esto es todo, amigos with tags , , , , , , on 22 noviembre, 2011 by Claudia Gilman

Por tu culpa, por tu culpa, por tu grandísima culpa

Eso de encontrar un culpable y dar por resuelto un problema no deja de ser un consuelo más bien pobre y de alivio poco duradero. Para acabar con el juicio y empezar a hacer justicia se puede dejar por un rato de despotricar contra Shakespeare.  La discriminación, la maldad o la injusticia no se eliminan por decreto ni por mucho que se acumulen expedientes contra los «malos» de la literatura. Es difícil hoy por hoy, salvo en la industria del cine, donde entre efectos especiales y bajas pasiones la lucha entre el bien y el mal sigue marcando el ritmo del entretenimiento y goza de autoridad para exigir al espectador que sepa quiénes son los héroes y quiénes los villanos y se alegre con el triunfo del bien sobre el mal. Lo que no es fácil es que otros toleren Raskolnicovs, insensibles torturados sin mejor argumento para justificar el asesinato desapasionado de un semejante que pasaba por ahí justo cuando el resplandor del sol se le hacía insoportable, como sucede con el protagonista anómico cuya historia se relata en El extranjero, de Albert Camus, conspiradores como los que cínicamente hacen planes criminales como en las novelas de Roberto Arlt, sin siquiera obligarse a convencer si el fin justifica los medios o dignificar de manera inequívoca el fin o los ideales sobre los que montan conjuras colectivas ni ambiciones narcisistas y megalómanas como las que animan los actos del Sorel de Stendhal. No es que haya desaparecido la maldad: cierto pudor exige que se la silencie aunque su ejercicio efectivo alcance niveles de gratuidad, violencia y variedad de métodos sorprendentemente enfáticos y originales en intensidad y frecuencia. Los malos permitido obedecen un protocolo de reglas definido por móviles y entre el protocolo cultural y los acontecimientos en lo real bruto se exige una relación inversamente proporcional. Los móviles se reducen a los básicos en los formatos detectivescos de la cultura. En la vida real, ya nada es suficientemente sorprendente por su novedad: allí pasa de todo y puede pasar de todo.

Espectadores, lectores, ciudadanos se han vuelto fiscales y jueces aficionados aunque no consulten ningún código ni comprendan en qué sentido o para qué se ha establecido el principio del «in dubio pro reo». Nadie duda o tal vez ya no haya posibilidad de dudar. El padre se ha vuelto tan cierto como la madre, ADN mediante y la ciencia resuelve cualquier duda antes sometida a laberintos legales.  Lo principal, cuando surge un problema es encontrar el culpable y exigir que el castigo deje satisfacción y traduzca correctamente en sufrimiento el reconocible pero secreto talión que «la gente» ha creado, como un nuevo diccionario de términos por todos compartidos.

En cuanto a los responsables históricos de las desgracias del pasado, encabeza el «top ten» de los supervillanos algún imperialismo.  Siempre es fácil culpar a algún imperialismo de los males del mundo. Para la mayor parte del siglo XIX, por varias cabezas aventaja el Británico. La pérfida Albión no falta en las exégesis, incluso si existen explicaciones más convincentes. Cualquier cosa con tal de tercerizar  responsabilidades locales.  Un caso ejemplar es el de la guerra de la «Triple Alianza», «Guerra del Paraguay», «Guerra Grande» o «Guerra do Paraguai» (1865-1870), que todavía figura en los rankings universales en cuanto a su poder de destrucción demográfico. Ningún otro conflicto bélico logró superar la hazaña de aniquilar la casi totalidad de la población masculina del «enemigo» como sucedió en el Paraguay, que en 1811 se había independizado de España y emprendía una modernización tecnológica y productiva sin endeudamiento con prestamistas extranjeros. Conflictos limítrofes que se extendieron incluso hasta finales del siglo XX, cuyos recuerdos avivan odios intactos entre supuestos «hermanos latinoamericanos» deberían obligar a deponer las retóricas sin fundamento ostensiblemente desmentidas por las injurias que se prodigan recíprocamente y a diario bolivianos, chilenos, mexicanos, paraguayos, ecuatorianos, peruanos, argentinos, uruguayos, brasileños –sin pretensión de exhaustividad– y elaborar mejores justificaciones que las que cargan las tintas contra Solano López y sus tiránicas costumbres. ¿Lecciones democráticas del Brasil Imperial, que ni siquiera había abolido la esclavitud? ¿Defensa de los avasallados orientales, que solicitaron la intervención de los vecinos a cualquier precio sólo para medrar en sus guerras civiles sin la menor invocación soberana, cívica, patriótica o moral? ¿Sacrificio por el bien común de la también dividida y no existente todavía República Argentina? La historia no absolvió ni absolverá. No hubo un cheque en blanco de buena voluntad que haya podido entregarse como caución de una inexistente buena voluntad. El futuro ya llegó hace rato. Si no alcanza la evidencia que proporcionaron mas tarde los brutales repartos coloniales de toda Europa sobre África y de Portugal sobre Angola y Mozambique quiere decir que la historia sigue siendo un monstruo que ni siquiera engendra la razón.

Correlativamente, sigue vigente el Martín Pescador desatado por Shakespeare en su última pieza. ¿Calibán o Ariel? El tópico, desde Renan en adelante, exige siempre que se tribute alguna reflexión aunque a esta altura no esté tan claro que sea una obligación elegir ni que valga la pena. ¿Calibán o Ariel? ¿No hay manera de eludir el dilema shakesperiano? Desde Ernst Renan a Jean Guéheno, Rubén Darío y José Enrique RodóAimé Césaire, Leopold Stenghor, Roberto Fernández Retamar, Emir Rodríguez Monegal y muchísimos más parece ineludible optar por una o por otra alternativa y está fuera de discusión hacerse el distraído y no pagar ese diezmo universal cuyos recaudadores, ahora invisibles y desconocidos, están a salvo de las iras de los pueblos y los contribuyentes. El debate ha llegado a un punto donde no hay sino consenso. Es una lástima: yo elegiría, si no quedara más remedio que pasar por la obra de Shakespeare y dejar anotado quién es uno de entre esos dramatis personae, ser la tempestad. O Shakespeare. Ariel nunca me gustó: me sorprende que Rodó lo haya tomado como un modelo de intelectual o pensador: después de todo es un esclavo; me recuerda a la caprichosa, envidiosa y frustrada hada Campanita, que enamorada de Peter Pan sabe que la diferencia de especie le impide cualquier consumación de algo entre pares (ni amor «platónico» ni sexo) y no da el tipo que se espera de los  «viriles» jóvenes a los que Rodó convoca para la misión de  «fecundar» el pensamiento y encarnar mundanamente un Ideal.  ¿Acaso entonces sí o sí también tengo que definirme en relación con Shylock o con los barrabravas avant la lettre representados por Montescos y Capuletos?

Dejo estas inquietudes en espera de un convite dialogado para llegar, ahora sí, a Pierre  Menard, autor del Quijote que engendró a Shakespeare que engendró a Calibán pero que también engendró a Otelo, acá convocado. Estoy en 1603 o 1604, apenas un tiempo antes de la primera aparición de la primera parte del Quijote. Voy simplemente a la zona del relato de Borges donde se pide al lector que evoque a la «húmida y dolorosa Eco» (anagrama de Desdémona) ya que suscitó, una tarde, una conversación entre Menard, el poeta muerto y su albacea-narrador, a propósito de un verso de Shakespeare en el que también  (como sucede en la caracterización de la ninfa Eco) se produce la c0njunción «eficaz de un adjetivo moral y otro físico»: «Where a malignant and a turbaned Turk». Allí el lector no está en cualquier lugar: está en Otelo, en la historia de un error que se paga caro, de la baja pasión, de la propia estupidez, de lo irrevocable. Y precisamente allí, el personaje que va a morir deja asentado cómo desea ser recordado…: «as I am», ni peor, ni mejor. Sin disculparlo ni agravar su culpa. Insensato, desdichado, equivocado e insensato, como un indio capaz de echar al lodo una joya más valiosa que su tribu entera. Y que recuerden también  que cuando en la batalla de Alepo un turco maligno y con turbante puso su mano contra un veneciano, él mató al perro circunciso, así, así como se matará en ese momento preciso de la obra. Ni peor ni mejor. «Yo sé quién soy y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías».  Siempre hay tiempo para ser más, para ser menos o para estar equivocado.

Friedrich Wilhelm Nietzsche en Deutsches Requiem

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags , , , , , on 17 octubre, 2011 by Claudia Gilman

«Mi nombre es Otto Dietrich zur Linde. Uno de mis antepasados, Christoph zur Linde, murió en la carga de caballería que decidió la victoria de Zorndorf. Mi bisabuelo materno, Ulrich Forkel, fue asesinado en la foresta de Marchenoir por francotiradores franceses, en los últimos días de 1870; el capitán Dietrich zur Linde, mi padre, se distinguió en el sitio de Namur, en 1914, y, dos años después, en la travesía del Danubio. En cuanto a mí, seré fusilado por torturador y asesino. El tribunal ha procedido con rectitud; desde el principio, yo me he declarado culpable. Mañana, cuando el reloj de la prisión dé las nueve, yo habré entrado en la muerte; es natural que piense en mis mayores, ya que tan cerca estoy de su sombra, ya que de algún modo soy ellos.»

Federico el Grande combate con austríacos y rusos en territorio actualmente polaco.

anagrama y palimpsesto II

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags , , on 6 octubre, 2011 by Claudia Gilman

«¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote –todo el Quijote– como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el capítulo XXVI –no ensayado nunca por él– reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: «las ninfas de los ríos, la dolorosa y húmida Eco».

«Desdémona»

que nos envía a

» un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde: Where a malignant and a turbaned Turk…»

que nos envía a

Otelo

y al parlamento final de la obra en la que confiesa su grave equivocación y pide, antes de matarse, ocasión de decir unas palabras, su mensaje final, el que desea ver en su «necrológica»

Soft you; a word or two before you go. I have done the state some service, and they know’t.– No more of that.–I pray you, in your letters, When you shall these unlucky deeds relate, Speak of me as I am; nothing extenuate, Nor set down aught in malice: then must you speak Of one that loved not wisely, but too well; Of one not easily jealous, but, being wrought, Perplex’d in the extreme; of one whose hand, Like the base Judean, threw a pearl away Richer than all his tribe; of one whose subdu’d eyes, Albeit unused to the melting mood, Drop tears as fast as the Arabian trees Their medicinal gum. Set you down this; And say besides,–that in Aleppo once, Where a malignant and a turban’d Turk Beat a Venetian and traduc’d the state, I took by the throat the circumcised dog And smote him–thus.

tras lo cual se mata y agoniza «upon a kiss…»

a todo lo cual nos remite ese Teste narrador y albacea testamentario con el propósito de señalar que Cervantes no conoció ni a ese moro ni a Shakespeare, como no conoció Kafka a sus «precursores» ni Freud a los lacanianos y así siguiendo… sin ninguna paradoja.

Moraleja: antes de robar la carta que uno busca en el inmenso océano de la metáfora y la conjetura conviene insistir en la letra, cuidando de no soplarla demasiado. Remember Occam. Remember la plaza de toros de Nîmes…  Y a los contemporáneos de Benda y Gide.

Jorge Luis Borges: anagramas y palimpsestos

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags , , , , , , , on 6 octubre, 2011 by Claudia Gilman

¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote –todo el Quijote– como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el capítulo XXVI –no ensayado nunca por él– reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: «las ninfas de los ríos, la dolorosa y húmida Eco».

«Desdémona»

que nos envía a  » un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde: Where a malignant and a turbaned Turk…»

es decir, al parlamento final de Otelo,

Soft you; a word or two before you go. I have done the state some service, and they know’t.– No more of that.–I pray you, in your letters, When you shall these unlucky deeds relate, Speak of me as I am; nothing extenuate, Nor set down aught in malice: then must you speak Of one that loved not wisely, but too well; Of one not easily jealous, but, being wrought, Perplex’d in the extreme; of one whose hand, Like the base Judean, threw a pearl away Richer than all his tribe; of one whose subdu’d eyes, Albeit unused to the melting mood, Drop tears as fast as the Arabian trees Their medicinal gum. Set you down this; And saybesides,–that in Aleppo once, Where a malignant and a turban’d Turk Beat a Venetian and traduc’d the state, I took by the throat the circumcised dog And smote him–thus.

el muerto es Otelo y también es quien encarga a quien lo escribe hacer honor a su valentía por escrito, lo que nos remite a ese extraño personaje de Menard, a ese  Teste narrador y al finado que requiere un albacea testamentarioy también nos recuerda Borges a nosotros, lectores menos cultos, que Cervantes no conoció ni a ese moro ni a Shakespeare, como no conoció Kafka a sus «precursores» ni Freud a los lacanianos y así siguiendo… sin ninguna paradoja.

Moraleja: antes de robar la carta que uno busca en el inmenso océano de la metáfora y la conjetura conviene insistir en la letra, cuidando de no soplarla demasiado. Remember Occam. Remember la plaza de toros de Nîmes…  Y a los contemporáneos de Julien Benda y Andre Gide.

la inagotable fuente cervantina en versión luc durtain

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags , , , , , , on 4 octubre, 2011 by Claudia Gilman

réplicas a luc durtain

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags , , , , , , , , on 4 octubre, 2011 by Claudia Gilman

– ¿Qué oyes Walt Whitman?

– Oigo a Luc Durtain

Como nota Borges, Whitman precisa inventar tanto una máscara para hablar (un yo) como una relación personal con cada futuro lector. Se confunde con él y dialoga con el otro, que es su nombre: “¿Qué oyes, Walt Whitman?” puede preguntar(se).

Jules Romains (1885-1972), seudónimo de Louis Farigoule, lideró el movimiento unanimista, inspirado en Whitman y en la nostalgia del poeta colectivo. Es verdad que Whitman escribe para quienes todavía no saben leer o al menos sugiere que su público está esforzándose por alfabetizarse masivamente.

“Have you reckon’d a thousand acres much? have you reckon’d the earth much?
 Have you practis’d so long to learn to read?
 Have you felt so proud to get at the meaning of poems?
 Stop this day and night with me and you shall possess the origin of
    all poems,
You shall possess the good of the earth and sun, (there are millions
   of suns left,)
You shall no longer take things at second or third hand, nor look through
   the eyes of the dead, nor feed on the spectres in books,
You shall not look through my eyes either, nor take things from me,
You shall listen to all  sides and filter them from your self.

No sucedía lo mismo en Francia. Después de todo, en EEUU ni siquiera los gobernantes supieron siempre leer y escribir, cosa que no sucedía en Europa hacía cierto tiempo.

Emerson y Whitman eran unos granos de arena en un desierto y estaban en plan de reclutar lectores, no acólitos ni súbditos de palacios como los que inauguraría Breton en calidad de propietario y guardián de entradas y salidas. El unanimismo de Romains, explicado en el género vanguardista por antonomasia, el manifiesto, señala un estado del arte en que se pregona por escrito lo que tiempo atrás requería caminatas y prédicas.

Los manifiestos fueron análogos a las divisas que permitían reconocer a amigos de enemigos en las batallas de a caballo que todavía tenían lugar en el sur americano. Por estas zonas, las guerras literarias infinitas reemplazarían a las de los caudillos o facciones rivales, con igual énfasis.

Como sea, el credo postulado por Romains en La Vie unanime, de 1908, y Manuel de déification, de 1910, interesó a Charles Vildrac, Georges Chennevière, Henri-Martin Barzun, Alexandre Mercereau, Georges Duhamel, René Arco y Luc Durtain.

Comparando los autores de ese período con los precedentes, se intuye que la causa de su olvido masivo fue directamente proporcional a su cantidad: no se puede ser poeta nacional ni regional con tanta competencia. Los artistas se unen sólo en casos de extrema necesidad y, en general, contra otros.

El reconocimiento de los pares casi siempre llega con la muerte. La biografía de un artista (y casi toda biografía, en general) empieza con la necrológica de quien fuera en vida Fulano de Tal o Mengano de TalporCual, si llegó a ameritarla.

André Chamson, celebérrimo escritor francés de su época, sucesor de Paul Valéry en la Academia francesa es hoy un liceo, una plaza, una calle pero no más su literatura. Al menos por ahora. Los fenómenos de consagraciones, vituperios, posteridades y duraciones sólo se dirimen en el tiempo.

Remember Aristóteles: la mano del odiado moro contra el que combatieron Cervantes y hasta Otelo trajo de regreso al Estagirita. Entre los unanimistas anduvo un tiempo Pierre-Jean Jouve, autor de versos alejandrinos, que renegó luego del unanimismo. En 1928 repudia oficialmente, en el posfacio de la antología Noces su obra anterior a 1925 alegando que «pour le principe de la poésie, le poète est obligé de renier son premier ouvrage». (Lo mismo hará Borges, por razones no sólo vinculadas con el principio poético).

Luc Durtain también conoció la fama en los primeros años del siglo: lo recuerda José Carlos Mariátegui en 1929, al comentar la novela L’Autre Europe. En junio de 1935 se documenta su importante presencia en el Congrès des Ecrivains pour la Défense de la Culture, donde entre otras celebrities intelectuales se apiñan Pablo Neruda, Andre Gide y otros que luego llevarán a España en el corazón.

Lo recuerda incluso Walter Benjamin en “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica” cuando menciona las analogías que Durtain, que además era también médico,  postula entre las audacias de que son capaces  las cámara fotográfica y las sutiles acrobacias musculares del cirujano.

El unanimismo intentó ser un puente entre simbolismo y surrealismo. Sus integrantes recibieron también el nombre de Groupe de L’Abbaye, porque solían reunirse en la Abadía de Créteil.  Duhamel y Vidrac fundaron allí una comunidad de artistas. Estos hippies pioneros vivieron allí un otoño de 1906, en un cover vital y muy cervantino de la Abadía de Thelema que describe François Rabelais en su Gargantua.

En la lírica, los unanimistas cuestionaron la nadería de la personalidad, callejón sin salida del simbolismo y, en la prosa, el psicologismo de la narrativa realista del XIX.  La mística del “yo” colectivo (eso que es Menard) debería ser capaz de hacer accesible a los legos la fuerza interior que late en cada hombre, haciéndoles descubrir la fraternidad que los une e invitándolos a una cruzada humanitaria no desatenta a las pequeñas cosas de todos los días, desde las hojas de hierba a los rieles de los ferrocarriles.

Max Aub, un amigo de lo apócrifo, simpatizó con las propuestas de Romains, a quien conoció en Gerona, España, en 1921. Otro que compartió algunos ideales fue César Vallejo, quien  tuvo oportunidad  de departir con Georges Duhamel y Luc Durtain en su viaje por Rusia.

Conocido también en América, la revista montevideana La Pluma, dirigida por Alberto Zum Felde, recoge, en su índice analítico la entrada EL ARTE y la cuestión social. Encuesta internacional de  “Monde” con respuestas de, entre otros, André Breton, Jean Cocteau, Waldo Frank, Miguel de Unamuno y nuestro amigo Durtain. (La Pluma, Montevideo, 3 (10): 131-136, feb. 1929).  Durtain se llamaba André Nepveu y fue un polígrafo de amplio espectro temático y genérico. Compuso la comedia en tres actos basada en  «El curioso impertinente»  de Cervantes, que se representó en París  en 1937. (Cf. Marietta Gargatagli, “Borges: de la traducción a la ironía”. donde además refuta con argumentos válidos socorridas hipótesis sobre Borges y la traducción. La señora o señorita Gargatagli, miembro del  Departamento de Filología Española de la Universitat Autònoma de Barcelona también integra un extraordinario Grupo de Investigación consagrado a problemas de traducción cuyos trabajos recomiendo vivamente  consultar para la cabal comprensión de muchísimos errores en torno a Borges y, especialmente, a Don Miguel de Cervantes.

Claudia Gilman and Maude N. Mc’Gill (Ph.D)

cristo en el boulevard (epistolario gótico)

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags on 3 octubre, 2011 by Claudia Gilman

MIGUEL DE UNAMUNO

EL SEPULCRO DE DON QUIJOTE

Me preguntas, mi buen amigo, si sé la manera de desencadenar un delirio, un vértigo, una locura cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren. ¿No habrá un medio, me dices, de reproducir la epidemia de los flagelantes o la de los convulsionarios? Y me hablas del milenario.

Como tú siento yo con frecuencia la nostalgia de la Edad Media; como tú quisiera vivir entre los espasmos del milenario. Si consiguiéramos hacer creer que un día dado, sea el 2 de mayo de 1908, el centenario del grito de independencia, se acababa para siempre España; que en ese día nos repartían como a borregos, creo que el día 3 de mayo de 1908 sería el día más grande de nuestra historia, el amanecer de una nueva vida.

Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse.

No se comprende aquí ya ni la locura. Hasta del loco creen y dicen que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón es ya un hecho para estos miserables. Si nuestro señor Don Quijote resucitara y volviese a esta su España, andarían buscándole una segunda intención a sus nobles desvaríos. Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras que lo hace no más sino por meter ruido y que de él se hable, por vanagloria; otras que lo hacen por divertirse y pasar el tiempo, por deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!

Fíjate y observa. Ante un acto cualquiera de generosidad, de heroísmo, de locura, a todos esos estúpidos bachilleres, curas y barberos de hoy no se les ocurre sino preguntarse: ¿por qué lo hará? Y en cuanto creen haber descubierto la razón del acto -sea o no la que ellos se suponen- se dice: ¡bah!, lo ha hecho por esto o por lo otro. En cuanto una cosa tiene razón de ser y ellos la conocen perdió todo su valor la cosa. Para eso les sirve la lógica, la cochina lógica.

Comprender es perdonar, se ha dicho. Y esos miserables necesitan comprender para perdonar el que se les humille, el que con hechos o palabras se les eche en cara su miseria, sin hablarles de ella.

Han llegado a preguntarse estúpidamente para qué hizo Dios el mundo, y se han contestado a sí mismos: ¡para su gloria!, y se han quedado tan orondos y satisfechos, como si los muy majaderos supieran qué es eso de la gloria de Dios. Las cosas se hicieron primero, su para qué después. Que me den una idea nueva, cualquiera, sobre cualquier cosa, y ella me dirá después para qué sirve.

Alguna vez, cuando expongo algún proyecto, algo que me parece debía hacerse, no falta nunca quien me pregunte; ¿Y después? A preguntas tales no cabe otra respuesta que una pregunta. Y al «¿y después?» no hay sino dar de rebote un «¿y antes?».

No hay porvenir; nunca hay porvenir. Eso que llaman el porvenir es una de las más grandes mentiras. El verdadero porvenir es hoy, ¿Qué será de nosotros mañana? ¡No hay mañana! ¿Qué es de nosotros hoy, ahora? Esta es la única cuestión.

Y en cuanto a hoy, todos esos miserables están muy satisfechos porque hoy existen, y con existir les basta. La existencia, la pura y nuda existencia, llena su alma toda. No sienten que haya más que existir.

¿Pero existen? ¿Existen de verdad? Yo creo que no; pues si existieran, si existieran de verdad, sufrirían de existir y no se contentarían con ello. Si real y verdaderamente existieran en el tiempo y en espacio, sufrirían de no ser en lo eterno y lo infinito. Y este sufrimiento, esta pasión, que no es sino la pasión de Dios en nosotros, Dios que en nosotros sufre por sentirse preso en nuestra finitud y nuestra temporalidad, este divino sufrimiento les haría romper todos esos menguados eslabones lógicos con que tratan de atar sus menguados recuerdos a sus menguadas esperanzas, la ilusión de su pasado a su ilusión de su porvenir.

¿Por qué hace eso? ¿Preguntó acaso nunca Sancho por qué hacía Don Quijote las cosas que hacía?

Y vuelta a lo mismo, a tu pregunta, a tu preocupación: ¿qué locura colectiva podríamos imbuir en estas pobres muchedumbres? ¿Qué delirio?

Tú mismo te has acercado a la solución en una de esas cartas con que me asaltas a preguntas. En ella me decías: ¿no crees que se podría intentar alguna nueva cruzada?

Pues bien, sí; creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los hidalgos de la Razón. CONDES, DUQUESAS, CHEVALIERES Y BACHILLERES.

Defenderán, es natural, su usurpación y tratarán de probar con muchas y muy estudiadas razones que la guardia y custodia del sepulcro les corresponde. Lo guardan para que el Caballero no resucite.

A esas razones hay que contestar con insultos, con pedradas, con gritos de pasión, con botes de lanza. No hay que razonar con ellos. Si tratas de razonar frente a sus razones estás perdido.

Si te preguntan, como acostumbran, ¿con qué derecho reclamas el sepulcro?, no les contestes nada, que ya lo verán luego. Luego… tal vez cuando tú ni ellos existáis ya, por lo menos en este mundo de las apariencias.

Y esta santa cruzada lleva una gran ventaja a aquellas otras santas cruzadas de que alboreó una nueva vida en este viejo mundo. Aquellos ardientes cruzados sabían dónde estaba el sepulcro de Cristo, dónde se decía se estaba, mientras que nuestros cruzados no sabrán dónde está el sepulcro de Don Quijote. Hay que buscarlo peleando por rescatarlo.

Tu locura quijotesca te ha llevado más de una vez a hablarme del quijotismo como de una nueva religión. Y a eso he de decirte que esa nueva religión que propones y de que me hablas, si llegara a cuajar, tendría dos singulares preeminencias. La una, que su fundador, su profeta, Don Quijote -no Cervantes, por supuesto-, no estamos seguros de que fuese un hombre real, de carne y hueso, sino que más bien sospechamos que fué una pura ficción. Y su otra preeminencia, sería la de que ese profeta era un profeta ridículo, que fué la befa y el escarnio de las gentes.

Es el valor que más falta nos hace: el de afrontar el ridículo. El ridículo es el arma que manejan todos los miserables, bachilleres, barberos, curas, canónigos, y duques que guardan escondido el sepulcro del Caballero de la Locura. Caballero que hizo reír a todo el mundo, pero que nunca soltó un chiste. Tenía el alma demasiado grande para parir chistes. Hizo reír con su seriedad.

Empieza, pues, amigo, a hacer de Pedro el Ermitaño y llama a las gentes a que se te unan, se nos unan, y vayamos todos a rescatar ese sepulcro que no sabemos dónde está. La cruzada misma nos revelará el sagrado lugar.

Verás cómo así que el sagrado escuadrón se ponga en marcha, aparecerá en el cielo una estrella nueva, sólo visible para los cruzados, una estrella refulgente y sonora, que cantará un canto nuevo en esta larga noche que nos envuelve, y la estrella se pondrá en marcha en cuanto se ponga en marcha el escuadrón de los cruzados, y cuando hayan vencido en su cruzada, o cuando hayan sucumbido todos -que es acaso la manera única de vencer de veras-, la estrella caerá del cielo, y en el sitio donde caiga, allí está el sepulcro. El sepulcro está donde muera el escuadrón.

Y allí donde está el sepulcro, allí está la cuna, allí está el nido. Y de allí volverá a resurgir la estrella refulgente y sonora, camino del cielo.

Y no me preguntes más, querido amigo. Cuando me haces hablar de estas cosas me haces que saque del fondo de mi alma, dolorida por la ramplonería ambiente que por todas partes me acosa y aprieta, dolorida por las salpicaduras del fango de mentira en que chapoteamos, dolorida por los arañazos de la cobardía que nos envuelve, me haces que saque del fondo de mi alma dolorida las visiones sin razón, los conceptos sin lógica, las cosas que yo no sé lo que quieren decir, ni menos quiero ponerme a averiguarlo.

¿Qué quieres decir con esto? -me preguntas más de una vez-. Y yo te respondo: ¿lo sé yo acaso?

¡No, mi buen amigo, no! muchas de estas ocurrencias de mi espíritu que te confío ni yo sé lo que quieren decir, o, por lo menos, soy yo quien no lo sé. Hay alguien dentro de mí que me las dicta, que me las dice. Le obedezco y no me adentro a verle la cara ni a preguntarle por su nombre. Sólo sé que si le viese la cara y me dijese su nombre, me moriría yo para que viviese él.

Estoy avergonzado de haber alguna vez fingido entes de ficción, personajes novelescos, para poner en sus labios lo que no me atrevía a poner en los míos y hacerles decir como en broma lo que yo siento muy en serio.

Tú me conoces, tú, y sabes bien cuán lejos estoy de rebuscar adrede paradojas, extravagancias y singularidades, piensen lo que pensaren algunos majaderos. Tú y yo, mi buen amigo, mi único amigo absoluto, hemos hablado muchas veces, a solas, de lo que sea la locura, y hemos comentado aquello del Brand ibseniano, hijo de Kierkegaard, de que está loco el que está solo. Y hemos concordado en que una locura cualquiera deja de serlo en cuanto se hace colectiva, en cuanto es locura de todo un pueblo, de todo el género humano acaso. En cuanto una alucinación se hace colectiva, se hace popular, se hace social, deja de ser alucinación para convertirse en una realidad, en algo que está fuera de cada uno de los que la comparten. Y tú y yo estamos de acuerdo en que hace falta llevar a las muchedumbres, llevar al pueblo, llevar a nuestro pueblo español una locura cualquiera, la locura de uno cualquiera de sus miembros que esté loco, pero loco de verdad y no me mentirijillas. Loco, y no tonto.

Tú y yo, mi buen amigo, no hemos escandalizado en eso que llaman aquí fanatismo, y que, por nuestra desgracia no lo es. No; no es fanatismo nada que esté reglamentado y contenido y encauzado y dirigido por bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques; no es fanatismo nada que lleve un pendón con fórmulas lógicas, nada que tenga programa, nada que se proponga para mañana un propósito que puede un orador desarrollar en un metódico discurso.

Una vez, ¿te acuerdas?, vimos a ocho o diez mozos reunirse y seguir a uno que les decía: ¡Vamos a hacer una barbaridad! Y eso es lo que tú y yo anhelamos, que el pueblo se apiñe y gritando ¡vamos a hacer una barbaridad! se ponga en marcha. Y si algún bachiller, algún barbero, algún cura, algún canónigo o algún duque les detuviese para decirles: «¡hijos míos!, está bien, os veo henchidos de heroísmo, llenos de santa indignación; también yo voy con vosotros; pero antes de ir todos y yo con vosotros, a hacer esa barbaridad, ¿no os parece que debíamos ponernos de acuerdo respecto a la barbaridad que vamos a hacer? ¿Qué barbaridad va a ser ésa?», si alguno de esos malandrines que he dicho les detuviese para decirles tal cosa, deberían derribarle al punto y pasar todos sobre él pisoteándole, y ya empezaba la heroica barbaridad.

¿No crees, mi amigo, que hay por ahí muchas almas solitarias a las que el corazón les pide alguna barbaridad, algo de que revienten? Ve, pues, a ver si logras juntarlas y formar escuadrón con ellas y ponernos todos en marcha – porque yo iré con ellos y tras de ti- a rescatar el sepulcro de Don Quijote, que, gracias a Dios, no sabemos donde está. Ya nos lo dirá la estrella refulgente y sonora.

Y ¿no será -me dices en tus horas de desaliento, cuando te vas de ti mismo-, no será que creyendo al ponernos en marcha caminar por campos y tierras, estemos dando vueltas en torno al mismo sitio? Entonces la estrella estará fija, quieta sobre nuestras cabezas y el sepulcro en nosotros. Y entonces la estrella caerá, pero caerá para venir a enterrarse en nuestras almas. Y nuestras almas se convertirán en luz, y fundidas todas en la estrella refulgente y sonora subirá ésta más refulgente aún, convertida en un sol, en un sol de eterna melodía a alumbrar el cielo de la patria redimida.

En marcha, pues. Y ten en cuenta no se te metan en el sagrado escuadrón de los cruzados bachilleres, barberos, curas, canónigos o duques disfrazados de Sanchos. No importa que te pidan ínsulas; lo que debes de hacer es expulsarlos en cuanto te pidan el itinerario de la marcha, en cuanto te hablen de programa, en cuanto te pregunten al oído, maliciosamente, que les digas hacia dónde cae el sepulcro. Sigue a la estrella. Y haz como el Caballero: endereza el entuerto que se te ponga delante. Ahora lo de ahora, y aquí lo de aquí.

¡Poneos en marcha! ¿Que adónde vais? La estrella os lo dirá: ¡al sepulcro! ¿Qué vamos a hacer en el camino, mientras marchamos? ¿Qué? ¡Luchar! Luchar, y ¿cómo?

¿Cómo? ¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle a la cara: ¡mentira!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle: ¡ladrón!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles: ¡estúpidos!, y ¡adelante! ¡Adelante siempre!

¿Es que con eso -me dice uno a quien tú conoces y que ansía ser cruzado-, es que con eso se borra la mentira, ni el ladrocinio, ni la tontería del mundo? ¿Quién ha dicho que no? La más miserable de todas las miserias, la más repugnante y apestosa argucia de la cobardía es esa de decir que nada se adelanta con denunciar a un ladrón porque otros seguirán robando, que nada se logra con llamarle en su cara majadero al majadero, porque no por eso la majadería disminuirá en el mundo.

Sí, hay que repetirlo una y mil veces: con que una vez, una sola vez, acabases del todo y para siempre con un solo embustero, habríase acabado el embuste de una vez para siempre.

¡En marcha, pues! Y echa del sagrado escuadrón a todos los que empiecen a estudiar el paso que habrá de llevarse en la marcha y su compás y su ritmo. Sobre todo, ¡fuera con los que a todas horas andan con eso del ritmo! Te convertirían el escuadrón en una cuadrilla de baile, y la marcha en danza. ¡Fuera con ellos! Que se vayan a otra parte a cantar a la carne.

Esos que tratarían de convertirte el escuadrón de marcha en cuadrilla de baile se llaman a sí mismos, y los unos a los otros entre sí, poetas. No lo son. Son cualquier otra cosa. Esos no van al sepulcro sino por curiosidad, por ver como sea, en busca acaso de una sensación nueva, y por divertirse en el camino. ¡Fuera con ellos!

Esos son los que con su indulgencia de bohemios contribuyen a mantener la cobardía y la mentira y las miserias todas que nos anonadan. Cuando predican libertad no piensan más que en una: en la de disponer de la mujer del prójimo. Todo es en ellos sensualidad, y hasta de las ideas, de las grandes ideas, se enamoran sensualmente. Son incapaces de casarse con una grande y pura idea y criar familia de ella; no hacen sino amontonarse con las ideas. Las toman de queridas, menos aún, tal vez de compañeras de una noche. ¡Fuera con ellos!

Si alguien quiere coger en el camino tal o cual florecilla que a su vera sonríe, cójala, pero de paso, sin detenerse y siga al escuadrón, cuyo alférez no habrá de quitar ojo de la estrella refulgente y sonora. Y si se pone la florecilla en el peto sobre la coraza, no para verla él, sino para que se la vean, ¡fuera con él! Que se vaya, con su flor en el ojal, a bailar a otra parte.

Mira, amigo, si quieres cumplir tu misión y servir a tu patria, es preciso que te hagas odioso a los muchachos sensibles que no ven el universo sino a través de los ojos de su novia. O algo peor aún. Que tus palabras sean estridentes y agrias a sus oídos.

El escuadrón no ha de detenerse sino de noche, junto al bosque o al abrigo de la montaña. Levantará allí sus tiendas, se lavarán los cruzados sus pies, cenarán lo que sus mujeres les hayan preparado, engendrarán luego un hijo en ellas, les darán un beso y se dormirán para recomenzar la marcha al siguiente día. Y cuando alguno se muera le dejarán a la vera del camino; amortajado en su armadura, a merced de los cuervos. Quede para los muertos el cuidado de enterrar a sus muertos. Si alguno intenta durante la marcha tocar pífano o dulzaina o caramillo o vihuela o lo que fuere, rómpele el instrumento y échale de filas, porque estorba a los demás oir el canto de la estrella. Y es, además que él no la oye. Y quien no oiga el canto del cielo no debe de ir en busca del sepulcro del Caballero.

Te hablarán esos danzantes de poesía. No les hagas caso. El que se pone a tocar su jeringa -que no es otra cosa la «syringa»- debajo del cielo, sin oír la música de las esferas, no merece que se le oiga. No conoce la abismática poesía del fanatismo, no conoce la inmensa poesía de los templos vacíos, sin luces, sin dorados, sin imágenes, sin pompas, sin aromas, sin nada de eso que llaman arte. Cuatro paredes lisas y un techo de tablas: un corralón cualquiera.

Echa del escuadrón a todos los danzantes de la jeringa. Echalos, antes de que se te vayan por un plato de alubias. Son filósofos cínicos, indulgentes, buenos muchachos, de los que todo lo comprenden y todo lo perdonan. Y el que todo lo comprende no comprende nada, y el que todo lo perdona nada perdona. No tienen escrúpulo en venderse. Como viven en dos mundos pueden guardar su libertad en el otro y esclavizarse en éste. Son a la vez estetas y perezistas o lopezistas o rodríguezistas.

Hace tiempo se dijo que el hambre y el amor son los dos resortes de la vida humana. De la baja vida humana, de la vida de tierra. Los danzantes no bailan sino por hambre o por amor; hambre de carne, amor de carne también. Echalos de tu escuadrón, y que allí, en un prado, se harten de bailar mientras uno toca la jeringa, otro da palmaditas y otro canta a un plato de alubias o a los muslos de su querida de temporada. Y que allí inventen nuevas piruetas, nuevos trenzados de pies, nuevas figuras de rigodón.

Y si alguno te viniera diciendo que él sabe tender puentes y que acaso llegue ocasión en que se deba aprovechar sus conocimientos para pasar un río, ¡fuera con él! ¡Fuera el ingeniero! Los ríos se pasarán vadeándolos, o a nado, aunque se ahogue la mitad de los cruzados. Que se vaya el ingeniero a hacer puentes a otra parte, donde hacen mucha falta. Para ir en busca del sepulcro basta la fe como puente.

* * *

Si quieres, mi buen amigo, llenar tu vocación debidamente, desconfía del arte, desconfía de la ciencia, por lo menos de eso que llaman arte y ciencia y no son sino mezquinos remedos del arte y de la ciencia verdaderos. Que te baste tu fe. Tu fe será tu arte, tu fe será tu ciencia.

He dudado más de una vez de que puedas cumplir tu obra al notar el cuidado que pones en escribir las cartas que escribes. Hay en ellas, no pocas veces, tachaduras, enmiendas, correcciones, jeringazos. No es un chorro que brota violento, expulsando el tapón. Más de una vez tus cartas degeneran en literatura, en esa cochina literatura, aliada natural de todas las esclavitudes y de todas las miserias. Los esclavizadores saben bien que mientras está el esclavo cantando a la libertad se consuela de su esclavitud y no piensa en romper sus cadenas.

Pero otras veces recobro fe y esperanza en ti cuando siento bajo tus palabras atropelladas, improvisadas, cacofónicas, el temblar de tu voz dominada por la fiebre. Hay ocasiones en que puede decirse que ni están en un lenguaje determinado. Que cada cual lo traduzca al suyo.

Procura vivir en continuo vértigo pasional, dominado por una pasión cualquiera. Sólo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas. Cuando oigas de alguien que es impecable, en cualquiera de los sentidos de esta estúpida palabra, huye de él; sobre todo si es artista. Así como el hombre más tonto es el que en su vida ha hecho ni dicho una tontería, así el artista menos poeta, el más antipoético -y entre los artistas abundan las naturalezas antipoéticas-, es el artista impecable, el artista a quien decoran con la corona, de laurel de cartulina, de la impecabilidad de los danzantes de la jeringa.

Te consume, mi pobre amigo, una fiebre incesante, una sed de océanos insondables y sin riberas, un hambre de universos, y la morriña de la eternidad. Sufres de la razón. Y no sabes lo que quieres. Y ahora, ahora quieres ir al sepulcro del Caballero de la Locura y deshacerte allí en lágrimas, consumirte en fiebre, morir de sed de océanos, de hambre de universos, de morriña de eternidad.

Ponte en marcha, solo. Todos los demás solitarios irán a tu lado, aunque no los veas. Cada cual creerá ir solo, pero formaréis batallón sagrado, el batallón de la santa e inacabable cruzada.

Tú no sabes bien, mi buen amigo, cómo los solitarios todos, sin conocerse, sin mirarse a las caras, sin saber los unos los nombres de los otros, caminan juntos y prestándose mutua ayuda. Los otros hablan unos de otros, se dan las manos, se felicitan mutuamente, se bombean y denigran, murmuran entre sí y va cada cual por su lado. Y huyen del sepulcro.

Tú no perteneces al cotarro, sino al batallón de los libres cruzados. ¡Por qué te asomas a las tapias del cotarro a oír lo que en él se cacarea! ¡No, amigo mío, no! Cuando pases junto a un cotarro tápate los oídos, lanza tu palabra y sigue adelante, camino del sepulcro. Y que en esa palabra vibren toda tu sed, toda tu hambre, toda tu morriña, todo tu amor.

Si quieres vivir de ellos, vive para ellos. Pero entonces, mi pobre amigo, te habrás muerto.

Me acuerdo de aquella dolorosa carta que me escribiste cuando estabas a punto de sucumbir, de derogar, de entrar en la cofradía. Vi entonces cómo te pesaba tu soledad, esa soledad que debe ser tu consuelo y tu fortaleza.

Llegaste a lo más terrible, a lo más desolador; llegaste al borde del precipicio de tu perdición: llegaste a dudar de tu soledad, llegaste a creerte en compañía. «¿No será -me decías- una mera cavilación, un fruto de soberbia, de petulancia, tal vez de locura, esto de creerme solo? Porque yo, cuando me sereno, me veo acompañado, y recibo cordiales apretones de manos, voces de aliento, palabras de simpatía, todo género de muestras de no encontrarme solo, ni mucho menos.» Y por aquí seguías. Y te vi engañado y perdido, te vi huyendo del sepulcro.

No, no te engañas en los accesos de tu fiebre, en las agonías de tu sed, en las congojas de tu hambre; estás solo, eternamente solo. No sólo son mordiscos los mordiscos que como tales sientes, lo son también los que son como besos. Te silban los que aplauden, te quieren detener en tu marcha al sepulcro los que te gritan ¡adelante! Tápate los oídos. Y ante todo cúrate de una afección terrible, que por mucho que te la sacudes vuelve a ti con terquedad de mosca: Cúrate de la afección de preocuparte cómo aparezcas a los demás. Cuídate sólo de cómo aparezcas ante Dios, cuídate de la idea que de ti Dios tenga.

Estás solo, mucho más solo de lo que te figuras, y aun así no estás sino en camino de la absoluta, de la completa, de la verdadera soledad. La absoluta, la completa, la verdadera soledad consiste en no estar ni aun consigo mismo. Y no estarás de veras completa y absolutamente solo hasta que no te despojes de ti mismo, al borde del sepulcro, ¡Santa Soledad!

* * *

Todo esto dije a mi amigo y él me contestó en una larga carta, llena de un furioso desaliento, estas palabras: «Todo eso que me dices está muy bien, está bien, no está mal; pero ¿no te parece que en vez de ir a buscar el sepulcro de Don Quijote y rescatarlo de bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques, debíamos ir a buscar el sepulcro de Dios y rescatarlo de creyentes e incrédulos, de ateos y deístas, que lo ocupan, y esperar allí, dando voces de suprema desesperación, derritiendo el corazón en lágrimas, a que Dios resucite y nos salve de la nada?».

F I N    (*) Miguel de Unamuno, «El sepulcro de don Quijote», en Vida de don Quijote y Sancho, Madrid: Cátedra, 1988 (1905), pp. 139-153. volver

     (1) Este ensayo, publicado en La España Moderna (núm. 206, Madrid, febrero de 1906, pp. 5-17), lo antepuso Unamuno al texto de su Vida de don Quijote y Sancho en la segunda edición (1914). Desde entonces se reprodujo en las siguientes, salvo los párrafos que señalamos con asteriscos. Lo subrayado en las otras dos notas de este ensayo introductorio aparece en el mencionado ensayo, pero no en la reproducción que del mismo hizo Unamuno, al anteponerlo al texto de la segunda edición y de las siguientes.

    (2) Los párrafos que siguen, señalados con un asterisco, fueron suprimidos por Unamuno en la tercera edición, desapareciendo también en las siguientes. Manuel García Blanco los volvió a incluir en la edición de las Obras completas (Madrid: Escelicer, 1966, t. III, pp. 53-54) y nosotros también los reproducimos.     (3) La cruzada misma nos revelará el sagrado lugar. 

cervantinas: juan moreira, primo del Quijote

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags , , , , , , on 3 octubre, 2011 by Claudia Gilman

EVARISTO CARRIEGO

Por el alma de Don Quijote

Con el más reposado y humilde continente,

de contrición sincera, suave, discretamente,
por no incurrir en burlas de ingeniosos normales,
sin risueños enojos ni actitudes teatrales
de cómico rebelde, que, cenando en comparsa,
ensaya el llanto trágico que llorará en la farsa,
dedico estos sermones, porque sí, porque quiero,
al único, al Supremo Famoso Caballero,
a quien pido que siempre me tenga de su mano,
al santo de los santos Don Alonso Quijano
que ahora está en la Gloria, y a la diestra del Bueno:
su dulcísimo hermano Jesús el Nazareno,
con las desilusiones de sus caballerías
renegando de todas nuestras bellaquerías.

Pero me estoy temiendo que venga algún chistoso
con sátiras amables de burlador donoso,
o con mordacidades de socarrón hiriente,
y descubra, tan grave como irónicamente,
a la sandez de Sancho se la llama ironía,
que mi amor al Maestro se convierte en manía.
Porque así van las cosas, la más simple creencia
requiere el visto bueno y el favor de la Ciencia:
si a ella no se acoge no prospera y, acaso,
su propio nombre pierde para tornarse caso.
Y no vale la pena (No es un pretexto fútil
con el cual se pretenda rechazar algo útil)
de que se tome en serio lo vago, lo ilusorio,
los credos que no tengan olor a sanatorio.
Las frases de anfiteatro, son estigmas y motes
propicios a las razas de Cristos y Quijotes
no son muchos los dignos de sufrir el desprecio,
del aplauso tonante del abdomen del necio
en estos bravos tiempos en que los hospitales
de la higiénica moda dan sueros doctorales
Sapientes catedráticos, hasta los sacamuelas
consagran infalibles cenáculos y escuelas
de graves profesores, en cuyos diccionarios
no han de leer sus sueños los pobres visionarios
¡De los dos grandes locos se ha cansado la gente:
así, santo Maestro, yo he visto al reluciente
rucio de tu escudero pasar enalbardado,
llevando los despojos que hubiste conquistado,
en tanto que en pelota, y nada rozagante,
anda aún sin jinete tu triste Rocinante!

(Maestro, ¡Si supieras!, Desde que nos dejaste,
llevándote a la Gloria la adarga que embrazaste,
andan las nuestras cosas a las mil maravillas:
todas tan acertadas que no oso describillas.
Hoy, prima el buen sentido. La honra de tu lanza
no pesa en las alforjas del grande Sancho Panza.
Tus más fieles devotos se han metido a venteros
y cuidan de que nadie les horade los cueros.
Pero, aguarda, que, cuando se resuelva a decillo,
ya verás qué lindezas te contará Andresillo,
aunque hay alguna mala nueva, desde hace poco:
aquel que también tuvo sus ribetes de loco,
tu primo de estas tierras indianas y bravías,
¡Lástima de lo añejo de tus caballerías!
Tu primo Juan Moreira, finalmente vencido
del vestiglo Telégrafo, para siempre ha caído,
mas sin tornarse cuerdo: tu increíble Pecado
¡Si supieras, Maestro, cómo lo hemos pagado!
¡Tu increíble Pecado! ¡Caer en la demencia
de dar en la cordura por miedo a la Conciencia!).

Para husmear en la cueva pródiga en desperdicios,
no hacen falta conquistas que imponen sacrificios:
sin mayores audacias cualquier tonto con suerte
es en estos concursos el Vencedor y el Fuerte,
pues todo está en ser duros. El camino desviado
malograría el justo premio del esforzado.
Por eso, cuando llega la tan temida hora
del gesto torturado de una reveladora
protesta de emociones, el rostro se reviste
de defensas de hielo para el beso del triste,
y porque ahogarse deben, salvando peores males,
las rudas acechanzas de las sentimentales
voces de rebeldía quijotismo inconsciente
también se fortalecen, severa, sabiamente,
los músculos traidores del corazón, lo mismo
que los del brazo, en sanas gimnasias de egoísmo,
donde el dolor rebote sin conmover la dura
unidad necesaria de la férrea armadura:
quien no supere al hierro no es del siglo, no medra.
¡Qué bella es la impasible cualidad de la piedra!

El ensueño es estéril, y las contemplaciones
suelen ser el anuncio de las resignaciones.
El ensueño es la anémica llaga de la energía,
la curva de un abdomen toda una geometría
es quizás el principio de un futuro teorema,
cuyas demostraciones no ha entrevisto el poema
En la época práctica de la lana y del cerdo
hoy, Maestro, tú mismo te llamarías cuerdo
se hallan discretamente lejos los ideales
de los perturbadores lirismos anormales.
El vientre es razonable, porque es una cabeza
que no ha querido nunca saber de otra belleza
que la de sus copiosas sensatas digestiones:
fruto de sus más lógicas fuertes cerebraciones.
Por eso, honradamente, se pesan las bondades
del genio, en la balanza de las utilidades,
y si a los soñadores profetas se fustiga
hay felicitaciones para el que echa barriga.

Y esto no tiene vuelta, pues está de por medio
la razón, aceptada, de que ya no hay remedio
Como que cuando, a veces, en el Libro obligado,
la Biblia del ambiente, de todos manoseado,
hay un gesto de hombría traducido en blasfemia,
Por asaz deslenguado lo borra la Academia

La moral se avergüenza de las imprecaciones,
de los sanos impulsos que violan las nociones
del buen decir. El pecho del mejor maldiciente
que se queme sus llagas filosóficamente,
sin mayor pesar, antes de irrumpir en verdades
que siempre tienen algo de ingenuas necedades,
porque quien viene airado, con gestos de tragedia,
a intentar gemir quejas aguando la comedia,
es cuando más un raro, soñador de utopías
que al oído de muchos suenan a letanías
Por eso, remordido pecador, yo me acuso
preciso es confesarlo de haber sido un iluso
de fórmulas e ideas que me mueven a risa,
ahora que no pienso sino en seguir, aprisa,
la reposada senda, libre de los violentos
peligros que han ungido de mirras de escarmientos
las plantas atrevidas que pisaron las rosas
puestas en el camino de las rutas gloriosas.
Pero ya estoy curado, ya no más tonterías,
que las gentes no quieren comulgar insanías

¡En el agua tranquila de las renunciaciones
se han deshecho las hostias de las revelaciones!
Ya no forjo intangibles castillos cerebrales,
de románticos símbolos de torres augurales.
Sobre el dolor ajeno ni siquiera medito,
porque sé que una frase no vale lo que un grito,
y, sin ser pesimista, no caigo en la locura
de buscar una página de serena blancura,
donde pueda escribirse la canción inefable
que ha de cantar el Hombre de un futuro probable.

uqbar

Posted in Jorge Luis Borges con y sin máscaras with tags , , , , , on 2 octubre, 2011 by Claudia Gilman